lunes, 9 de enero de 2017

¿Qué veía Ariosto cuando cerraba los ojos?, gran exposición en Italia

Cinco siglos de Orlando Furioso
La muestra ofrece la obra literaria y visual que inspiró el Orlando furioso del autor italiano

Se exhiben piezas únicas para conmemorar 500 años del poema épico que antecedió a la novela
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Piero di Cosimo, La liberación de Andrómedaca. 1510 Galleria degli Uffizi; por concesión del MiBACT
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Giorgione, Retrato de guerrero con escudero dicho Gattamelata, ca. 1501 Galleria degli Uffizi; por concesión del MiBACT
Alejandra Ortiz Castañares
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Lunes 9 de enero de 2017, p. 6
Ferrara.
La exposición ¿Qué veía Ariosto cuando cerraba los ojos?, con curaduría de Guido Beltramini y Adolfo Tura, quedará quizás como la iniciativa más exitosa y original de una rica gama de al menos una cincuentena de propuestas muy diversas e interesantes dedicadas este año al quinto centenario de la publicación de la primera edición del Orlando furioso. En menos de tres meses ha superado 80 mil visitantes, demostrando que el texto sigue vivo y presente en el país. Concluirá el 29 de enero, prorrogado excepcionalmente por tres semanas.
La muestra recrea los estímulos visuales y literarios que alimentaron al poeta en la elaboración de su obra para la corte de los Este, una de las más refinadas de la Europa de entonces. El visitante entra en un espacio mágico y evocador del ambiente cortesano italiano, que era cultísimo; hecho de obras maestras del arte, pero también de teatro, de objetos que formaron parte de la cultura estética de Ariosto y que debieron haber sacudido su imaginación para escribir el poema.
Desde Botticelli, Mantegna, Giorgione, Tiziano (a quien conoció), y muchos más, pero también libros caballerescos excepcionalmente raros, como el único ejemplar existente del Enamoramiento de Orlando, de Matteo Maria de Boiardo (1487), del cual Ariosto tomó los personajes y la línea narrativa. Además, armaduras, espadas árabes, un arcabuz francés, escenas de batalla en todas las técnicas artísticas y tapices raros, incluso el olifante que la leyenda decía que perteneció al mismo Orlando, evocado en la batalla de Roncesvalles de La chanson de Roland (siglo XI).
Una muestra exquisita, con piezas únicas, en un recinto más que oportuno: el Palacio de los Diamantes, propiedad de los Este; uno de los edificios más representativos del Renacimiento italiano, que Ariosto vio construir y que se encuentra a mitad de camino entre el castillo de los Este, su propia casa –donde murió– y la Biblioteca Ariostea, que conserva las tres ediciones de su obra y en cuyo edificio está enterrado.
Historia y fantasía
El 22 de abril de 1516 fue publicado Orlando furioso, de Ludovico Ariosto (1474- 1533), el poema épico en octava real y en cuarenta cantos, que es –según los expertos– “el más bello de todos los libros de la literatura italiana, después de La divina comedia de Dante”; una obra maestra, cuya modernidad barrió con la vieja y prolífica tradición medieval del mito artúrico, al narrar guerras contemporáneas en apariencia del pasado y abrir la puerta a la novela moderna europea, que llegará un siglo después con la obra en prosa del Quijote de Cervantes. Historia y fantasía se entremezclan, es un texto hecho de sueños, diría Borges, con personajes imaginarios como brujas, princesas, magos, pociones e hipogrifos.
Hegel fue el primero en interpretar el poema, no como evasión pura, como se había considerado hasta entonces, sino como crítica a los valores caballerescos y a la conciencia de que toda una época –el medievo– había terminado.
Las damas, los caballeros, las armas, los amores, las cortesías, las audaces empresas yo canto, así Ariosto introduce el contenido del libro en los primeros renglones, estructurado en tres núcleos narrativos principales: épico, amoroso y celebrativo, que corresponden a la guerra entre cristianos y musulmanes, a las aventuras de Orlando y su locura por el amor no correspondido de Angélica y, por último, a la fundación de la dinastía de los Este, los soberanos del ducado de Ferrara y Módena, personificado por Bradamante y Rogelio.
Ariosto trazó una enciclopedia de las pasiones humanas con ironía extraordinaria, con una trama intrincada y fragmentada, en la que ningún personaje llega a ser el verdadero protagonista ni a tener un retrato nítido, porque lo que a Ariosto le interesaba era la energía vital de los personajes, según observó Italo Calvino. La estructura del poema era para el mismo Calvino una inmensa partida de ajedrez jugado sobre la carta geográfica del mundo, un juego desmesurado, que se derrama en tantas partidas simultáneas. El movimiento de cada personaje sigue reglas fijas, como las piezas del ajedrez.
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Sandro Botticelli y taller, Venus púdica (1485-90) Turín Museos Reales, Galleria Sabauda; por concesión del MiBACT
Desde su publicación, el poema tuvo un éxito inmediato. Un documento presente en la exposición muestra cómo Maquiavelo, ya en 1517, escribía al poeta Luigi Alamanni un comentario asombroso: “Yo he leído el Orlando furioso de Ariosto, y el poema es verdaderamente bello todo, y en muchas partes admirable. Si se encuentra ahí, recomiéndeme con él, y dígale que lo único que siento es que, habiendo recordado a tantos poetas, me haya dejado atrás como a un perro, y lo que él me hizo con su Orlando, yo no lo haré con mi Asno” (referido a su poema satírico escrito ese mismo 1517, aunque nunca concluido).
Ariosto y el arte
Del Orlando furioso se han nutrido generaciones de lectores durante medio milenio –en Italia es lectura obligada en las preparatorias– y la han amado estudiosos y eruditos desde Giordano Bruno y Galileo Galilei –que lo aprendió de memoria– hasta Calvino, quien fue un experto incontrastable, que escribió sobre el poema (aportó una versión reducida del mismo) e inspiró su propia obra.
Pero en el arte el poema ha encontrado el terreno más fértil, creándose un desdoblamiento del mismo por imágenes, una vida paralela que ha contribuido a afirmarlo entre los clásicos y a penetrar en el imaginario colectivo. Desde Ninfa y sátiro (ca. 1510-1516), de Dosso Dossi, identificada como la primera imagen de la iconografía ariostesca en la historia del arte, realizada cuando el poeta aún lo estaba escribiendo y leía el manuscrito en la corte de Ferrara, para la cual también Dossi prestaba sus servicios. Le seguiría, del mismo artista, el cuadro titulado Melissa (ca. 1518) de la galería Borghese, que personifica a la bruja buena del poema, divinidad tutelar de la familia Este.
A partir de entonces, el libro ha recorrido un hilo ininterrumpido por la historia del arte, pasando, entre muchos más, por Guido Reni, Delacroix, Ingres y De Chirico, hasta el arte contemporáneo (transvanguardia). Aunque del siglo XX quedará como un hito el memorable espectáculo teatral de Luca Ronconi, presentado en Spoleto (1968), así como su posterior adaptación televisiva (1975) del mismo Ronconi en colaboración con Edoardo Sanguineti y Pier Luigi Pizzi.
Dicha iconografía se difundió sobre todo a partir de las ediciones ilustradas del poema, utilizadas por los artistas como inspiración. La llamada edición giolitina (1542), del editor Gabriele Giolito de Ferrari, fue una de las más utilizadas y finas, como fue tres siglos después la de Gustave Doré. Un estudio reciente (Caneparo, 2015), ha mostrado cómo el tema ariostesco tuvo gran fortuna en toda Italia entre los siglos XVI y XVII en la pintura mural, no sólo en los grandes palacios de las cortes, sino también en las residencias burguesas, en especial en la zona alpina.
Ariosto financió las tres ediciones de su obra (1516, 1521, 1532), todas dedicadas al cardenal Hipólito I de Este, publicadas en Ferrara con la cuidadosa supervisión del poeta. La última, a la que agregó seis cantos, se considera la versión definitiva, aportando en 15 años de trabajo correcciones lingüísticas y estilísticas. La primera edición es una rareza; se cuentan en el mundo solamente 12 ejemplares.
Para escuchar Orlando furioso en lengua original, relatada por Italo Calvino, se recomienda una joya excepcional proveniente de los archivos de la RAI, con la lectura poética de Giorgio Albertazzi y la narración de Gianni Bonagura.

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