martes, 21 de enero de 2014

La historia de un editor: Entrevista con Ignacio Rodríguez Reyna

 

Ha hecho del género de la cró­nica una de sus mayo­res vir­tu­des. Cómo direc­tor de Emee­quis ha apos­tado por este género. Bajo su ojo se han hecho las mejo­res cró­ni­cas –y por ello la revista ha ganado cua­tro veces el Pre­mio Nacio­nal de Perio­dismo en Cró­nica– y esti­mu­lado los dotes como cro­nis­tas de Ale­jan­dro Alma­zán, Hum­berto Pad­gett, Fátima Mon­te­rrosa, Dalia Mar­tí­nez Del­gado, entre otros.
Durante sus años de vida, Emee­quis sigue en su afán por mos­trar his­to­rias que deve­len la dimen­sión humana. Sus cró­ni­cas y repor­ta­jes de pro­fun­di­dad son prueba de ello. La varie­dad de asun­tos que han sido motivo de inda­ga­cio­nes perio­dís­ti­cas habla del per­fil de la revista y de su director.
Ignacio Rodríguez Reyna - Foto: Cuartoscuro
Igna­cio Rodrí­guez Reyna — Foto: Cuartoscuro
Por Abraham Gorostieta
Igna­cio Rodrí­guez Reyna es un perio­dista sin­gu­lar de cuya tra­yec­to­ria ha hecho una cons­tante bús­queda por los datos pre­ci­sos que al ser inves­ti­ga­dos dan pie a muy bue­nas cró­ni­cas y repor­ta­jes. El rumbo pro­fe­sio­nal de Rodrí­guez Reyna puede ras­trearse desde sus tiem­pos como repor­tero de La Jor­nada, El Finan­ciero, Reforma; como edi­tor en Mile­nio y como direc­tor en Lare­vista y Emeequis.
Igna­cio siem­pre está inquieto. De niño lo fue: “En la pri­ma­ria, los maes­tros y el direc­tor lla­ma­ban a mis padres para decir­les los estro­pi­cios que había hecho”, cuenta. De joven, uno de sus retos fue deci­dir qué estu­diar pues dudaba entre su voca­ción –perio­dismo– o su gusto –psi­co­lo­gía–. Deci­dió su des­tino en un volado: “Águila: Perio­dismo. Sol: Psi­co­lo­gía. Así lo decidí. No sabía qué estu­diar y como esta­ban ya cerrando el límite para entre­gar la soli­ci­tud en el CCH Sur –dónde estu­dié–, pues eché el volado y cayó en Sol. Y me metí a estu­diar psi­co­lo­gía”, nos confiesa.
Sus cole­gas le reco­no­cen su empeño y tena­ci­dad. Así lo dice el escri­tor y perio­dista José Mar­tí­nez: “Igna­cio es un hom­bre que ejerce un perio­dismo ético. Es muy talen­toso, perio­dista com­pro­me­tido, audaz, buen repor­tero con dotes de edi­tor”. Tam­bién el doc­tor Raúl Trejo Delar­bre, uno de los inves­ti­ga­do­res más serios que ana­liza desde hace varias déca­das a los medios de comu­ni­ca­ción, opina sobre el direc­tor de Emee­quis: “Conocí a Igna­cio Rodrí­guez Reyna cuando, muy joven él, era uno de los repor­te­ros en el sema­na­rio Punto. Más tarde coin­cidí con él en La Jor­nada y seguí su tra­yec­to­ria en El Uni­ver­sal. Desde enton­ces me llamó la aten­ción su afán de bús­queda, que se tra­du­ci­ría en el empeño para hacer perio­dismo de inves­ti­ga­ción. Esa inquie­tud oca­sionó su salida de El Uni­ver­sal y la fun­da­ción de Emee­quis, que se ha dis­tin­guido por tra­tar de ir más allá de las apa­rien­cias en la cober­tura de asun­tos públicos”.

De la voca­ción a la profesión

―¿Cómo se ini­cia en el periodismo?
―De forma casual. Estaba en unas vaca­cio­nes y la ver­dad no tenía mucho qué hacer. No sabía mucho de perio­dismo. Empecé a tra­ba­jar en la prensa antes de estu­diarla. Lo pri­mero que recibí fue en un taller de perio­dismo cul­tu­ral con Víc­tor Roura y ahí me tocó sen­tarme junto a alguien que se veía que era bue­ní­simo, que sabía mucho –me pare­cía– y yo, que no sabía nada de perio­dismo, pues ese encuen­tro me impactó mucho.
Este chavo hablaba muy bien, tenía cono­ci­miento o por lo menos así me pare­cía. Al fina­li­zar el taller me le acer­qué y le dije: “Oye, yo quiero ser perio­dista pero no sé nada, reco­mién­dame unos libros”. Y me reco­mendó dos obras: Manual de perio­dismo y Géne­ros perio­dís­ti­cos de Mar­tín Vivaldi. Este chavo ya era repor­tero de Excél­sior y por lo tanto sabía mucho más que yo.
―¿Dónde fue su pri­mer trabajo?
―Mi pri­mera chamba fue en una revista que se lla­maba Pie de página. Me con­trató una per­sona que conocí en ese taller. Mi tra­bajo con­sis­tía en hacer peque­ñas fichas biblio­grá­fi­cas de libros. En la ofi­cina tenía un altero de libros de todo tipo –cien­tí­fi­cos, lite­ra­tura, his­to­ria, polí­tica, téc­ni­cos, de lo que fuera– para hacer sus fichas. O lo otro, que era una mara­vi­lla: irme a las libre­rías para ver las nove­da­des edi­to­ria­les. Iba con una libre­tita a la mesa de nove­da­des de las libre­rías del Fondo de Cul­tura Eco­nó­mica que estaba enfrente de Plaza Uni­ver­si­dad, de Gandhi o del Sótano y ano­taba los títu­los y hacía su ficha biblio­grá­fica, pues Pie de página era una revista de libros. Ahí publi­qué mi pri­mer texto, el cual me recha­za­ron como 13 veces hasta que salió. Así empecé.
―¿Cómo llega a La Jornada?
―Uno de los com­pa­ñe­ros con los que tra­ba­jaba en Pie de página aca­baba de entrar a La Jor­nada que aún estaba fun­dán­dose. Enton­ces me comentó: “Oye, por qué no vas y pre­sen­tas tu exa­men”. Fui y lo hice para repor­tero de cul­tura. De hecho, sé que lo hice bien, saqué buen pun­taje pero había gente que lle­vaba reco­men­da­ción. No entré pero mi amigo me dice: “Pues ni modo, aun­que sea en la mesa de redac­ción”. Así empecé como correc­tor de gale­ras en La Jornada.
En la sec­ción depor­tiva conocí a Hugo Cheix, entra­ña­ble perio­dista con quien yo pla­ti­caba en torno a ciclismo; él sabía de mi cono­ci­miento y pasión sobre el tema por mi padre (Gabino Rodrí­guez, ciclista olím­pico). Un día que no tenía repor­te­ros, me dijo: “Oye, ¿quie­res ir a cubrir la Vuelta del Pací­fico?”, y le res­pondí: “Nunca he escrito un repor­taje”. Se me quedó mirando y me dijo: “No importa, tú sabes de ciclismo. Mira, tie­nes que hacer esto y éstas son las ins­truc­cio­nes bási­cas, pero no te vamos a dar viá­ti­cos y es más: tie­nes que poner de tu dinero para tu boleto. Lo bueno es que el CREA te da dinero para que comas y el alo­ja­miento. Sí quie­res, ade­lante, ahí está la chamba”. Y dije que sí de inme­diato y pedí per­miso a la mesa de redac­ción. Cubrí la Vuelta del Pacifico.

Repor­tero free­lance

Durante un buen rato Igna­cio Rodrí­guez Reyna trató de con­se­guir una plaza en La Jor­nada. Ahí escri­bió cró­ni­cas sobre el terre­moto de 1985 que des­truyó una parte de la Ciu­dad de México, sin embargo no con­si­guió la planta de repor­tero. Emi­gró enton­ces a otros medios de menor impacto como el sema­na­rio Punto. Así lo recuerda Igna­cio: “Era repor­tero prin­ci­piante de un pequeño sema­na­rio lla­mado Punto, al que había lle­gado bus­cando una opor­tu­ni­dad para escri­bir que me había sido negada sis­te­má­ti­ca­mente en La Jor­nada, donde me blo­quea­ron desde el sin­di­cato por­que yo había apo­yado a una pla­ni­lla con­tra­ria a la gana­dora. Gané el con­curso para ocu­par una plaza de auxi­liar en la redac­ción, lo cual me per­mi­ti­ría fun­gir como repor­tero, pero con­ge­la­ron la plaza en dos ocasiones”.
Una vez ins­ta­lado en Punto, cuyo direc­tor era el perio­dista Ben­ja­mín Wong, comenzó a escri­bir con mucho más fre­cuen­cia y a cubrir las elec­cio­nes de 1988. El jefe de cam­paña de Cuauh­té­moc Cár­de­nas, Fran­cisco Javier Obando, le reveló en una entre­vista a Igna­cio que al reco­pi­lar infor­ma­ción en sus reco­rri­dos –acom­pa­ñando a su can­di­dato por todo el país– había encon­trado dema­sia­das ano­ma­lías y tenía miedo de hacer­las públi­cas pues el PRI tenía un férreo con­trol de las ins­ti­tu­cio­nes de jus­ti­cia del país. Ade­más estaba siendo ame­na­zado tele­fó­ni­ca­mente. Denun­ció a quie­nes lo esta­ban siguiendo. Cuenta el pro­pio Igna­cio: “Me expre­saba su temor a que lo mata­ran; tenía mucho miedo y me lo trans­mi­tió. De hecho, res­pon­sa­bi­lizó a Luis Mar­tí­nez Villi­caña, enton­ces gober­na­dor de Michoa­cán, si algo le lle­gaba a pasar”.
Rodrí­guez Reyna hizo un repor­taje para publi­carse en Punto con la reve­la­dora entre­vista y los docu­men­tos obte­ni­dos, pero al ver la con­tun­den­cia del mate­rial y revi­sar los deta­lles de la his­to­ria, el direc­tor Ben­ja­mín Wong con­cluyó que era muy arries­gado salir con un texto así. El repor­tero defen­dió su tra­bajo. El direc­tor sim­ple­mente giraba su cabeza a ambos lados y archivó el repor­taje. Punto, como muchas otras en esa época, no tenía un tiraje sig­ni­fi­ca­tivo; por lo tanto, sus ingre­sos pro­ve­nían de la pauta publi­ci­ta­ría que pro­ve­nía del Gobierno Fede­ral. Para el pro­pio Igna­cio, ésa fue la razón: “Yo creo que Wong no que­ría publi­carla por­que tenía con­tra­tos de publi­ci­dad con el gobierno de Michoacán”.
Fran­cisco Javier Obando y su asis­tente per­so­nal fue­ron secues­tra­dos pocos días antes de la elec­ción pre­si­den­cial de 1988 y un par de días des­pués sus cuer­pos apa­re­cie­ron sin vida. Rodrí­guez Reyna llevó su his­to­ria a La Jor­nada. Los direc­to­res del dia­rio vie­ron la con­tun­den­cia del repor­taje. Cuenta Igna­cio: “Cuando ase­si­na­ron a Fran­cisco Javier Obando, quedé para­li­zado. Me pesó mucho. Y enton­ces bus­qué que la publi­ca­ran en La Jor­nada. Miguel Angel Gra­na­dos Chapa vio el texto y se lo llevó a Car­los Payán. Se publicó con una lla­mada en pri­mera plana. Eran los días inme­dia­tos a la elec­ción que le roba­ron a Cuauh­té­moc Cár­de­nas. Pasó más o menos desa­per­ci­bida, aun­que yo me con­tenté con que se supiera que Obando ya tenía miedo de que lo mata­ran e iden­ti­fi­caba a los posi­bles asesinos”.
La Pro­cu­ra­du­ría Gene­ral de la Repú­blica, en voz de Renato Sales, llamó al repor­tero para inte­rro­garlo. La inves­ti­ga­ción lle­vaba como tesis prin­ci­pal el ase­si­nato con víncu­los delic­ti­vos. La auto­ri­dad judi­cial pre­sionó al repor­tero para hacerlo decla­rar en ese sen­tido: “Renato Sales (el padre) que­ría que yo decla­rara que Obando me había dicho que tenía miedo de los nar­cos. Por supuesto, me negué. Me quedó claro que era un ase­si­nato polí­tico”. Igna­cio Rodrí­guez Reyna se rehusó a fir­mar la decla­ra­ción de su interrogatorio.

Sobre el periodismo

―Díga­nos una defi­ni­ción del ofi­cio de periodista…
―El perio­dista es una per­sona enamo­rada de su pro­fe­sión: com­pro­me­tida con la reali­dad que lo rodea, con el país, con la socie­dad, con la loca­li­dad. Yo sí creo que somos inter­lo­cu­to­res entre la socie­dad y el gobierno. Tene­mos una tarea impor­tante que cum­plir. El perio­dista es un agente que vibra, se emo­ciona y está com­pro­me­tido con la reali­dad del país. Debe ser una per­sona con un com­pro­miso per­so­nal y social.
―¿Cómo se hace un semanario?
―Ante tanta infor­ma­ción hay des­in­for­ma­ción. La satu­ra­ción infor­ma­tiva coti­diana impide refle­xio­nar, tener una opi­nión crí­tica: impide pen­sar. La labor de un sema­na­rio es tra­tar de reba­sar la super­fi­cie y hacer apues­tas sin dis­cri­mi­nar temas, sin com­pe­tir con los diarios.
Com­pe­tir con los dia­rios implica subirse a cober­tu­ras de infor­ma­ción suma­mente reite­rada. Lo que debe hacer un sema­na­rio es bus­car en el mar de infor­ma­ción, temas, preo­cu­pa­cio­nes en torno a fenó­me­nos que están ocu­rriendo en la calle, que no son mane­ja­dos por los dia­rios y dar­les una visión, una pro­fun­di­dad, un enfo­que fresco, una pre­sen­ta­ción atrac­tiva, una escri­tura impe­ca­ble. Todo ello, por supuesto, sin des­pe­gar un ojo de la coyun­tura y lo que está ocu­rriendo en la vida nacio­nal. La idea es ir mucho más allá de lo que sacan los dia­rios; ésa debe ser la pre­misa básica de un sema­na­rio: estar por encima de los diarios.
―¿Cuá­les son los vicios perio­dís­ti­cos en un semanario?
―Segui­mos haciendo un perio­dismo viejo para un México viejo. Un perio­dismo para un México viejo implica enfo­ques muy orto­do­xos, muy abu­rri­dos, suma­mente solem­nes. Tam­bién supone una rela­ción desigual con los lec­to­res, una rela­ción uni­di­rec­cio­nal; es decir, los perio­dis­tas se sien­ten por encima de la audien­cia y, por eso, ellos deter­mi­nan lo que se informa: a los lec­to­res sólo los miran como un ele­mento pasivo.
Ahora se hace un perio­dismo para el poder. La mayor parte de lec­to­res de los dia­rios son polí­ti­cos, empre­sa­rios, gru­pos que están en el gobierno o entes eco­nó­mi­cos; se ha dejado de lado al lec­tor común y por eso la lec­tura de los medios cae, cae, cae. Enton­ces, ¿qué lee toda esa gente que se siente excluida por los pro­pios medios? Mucha gente lee TVno­tas (700 mil). Yo, antes de cri­ti­car­los o sata­ni­zar­los, me pre­gun­ta­ría: ¿Qué les da TVno­tas que no les damos noso­tros? ¿Por qué a ellos si los leen y a noso­tros –que somos medios más serios– no? ¿En dónde está la falla? ¿Es por­que las revis­tas light cues­tan menos? No, igual gente con poco dinero se gasta sus 15, 20, 25 pesos sema­na­les. Mucha gente dice que el país tiene un nivel edu­ca­tivo con muchos reza­gos. Es cierto, pero hay 700 mil per­so­nas leyendo TVno­tas o sea: sí leen. Con­si­dero que no les esta­mos ofre­ciendo infor­ma­ción sufi­cien­te­mente atrac­tiva. A parte de que les damos un perio­dismo viejo, abu­rrido, con temas que nos les impor­tan, toda­vía que­re­mos que gas­ten su dinero.
Otro vicio es el acar­to­na­miento de los medios. Somos muy abu­rri­dos. ¡Como si el mundo fuera abu­rrido! Yo creo que es al con­tra­rio. Si algo tene­mos como país es la capa­ci­dad para reír. Somos diver­ti­dos y eso no se refleja en los medios por­que cree­mos que si somos diver­ti­dos ya no somos ni hace­mos perio­dismo serio.
―¿Y eso se enseña en las escue­las de comu­ni­ca­ción? ¿Qué piensa de los egre­sa­dos de la carrera de comunicación?
―Uy, para empe­zar no leen. Pue­den hablar dos o más idio­mas pero no los uti­li­zan. El tra­bajo de repor­tar debe hacerse lo más exhaus­tivo posi­ble: tex­tos equi­li­bra­dos. No ela­bo­rar un texto para gol­pear a nadie. Se tie­nen que repor­tar los hechos como son, sin con­signa de gol­pear o favo­re­cer. Los egre­sa­dos tie­nen que esfor­zarse en ser pro­fe­sio­na­les, que sean tena­ces, que con­si­gan datos, que bus­quen, que inves­ti­guen la infor­ma­ción. En un esquema ideal, creo que se hace muy buen perio­dismo. Con recur­sos se pue­den hacer gran­des cosas, de lo con­tra­rio no.
En México, dia­rios sóli­dos, fuer­tes como Reforma, Grupo Mile­nio, El Uni­ver­sal, no tie­nen dis­culpa. Tie­nen recur­sos para inves­ti­gar, para capa­ci­tar a sus repor­te­ros, para exi­gir­les que inves­ti­guen. Resulta fun­da­men­tal que la agenda no la mar­quen los polí­ti­cos sino que sea­mos noso­tros los que reto­me­mos los temas importantes.

El Finan­ciero y Reforma

―¿Por qué sale de Punto?
―Llegó un momento en que estaba harto de Punto, cuyo direc­tor se espe­cia­li­zaba en humi­llar y aplas­tar a los repor­te­ros. Me llegó a decir que “mejor me dedi­cara a ven­der Biblias” por­que yo no ser­vía para el perio­dismo. Era muy mezquino.
―¿Cómo entra a El Financiero?
―Como correc­tor de pla­nas. Hice mi exa­men y quedé. De hecho, cosa que pocos saben, yo estuve en El Finan­ciero como cua­tro años tra­ba­jando en los talle­res, revi­sando las pla­nas, en una jor­nada que nor­mal­mente ter­mi­naba a las tres o cua­tro de la mañana. Era exte­nuante y muy duro. Cuando Car­los Ramí­rez era el Jefe de Redac­ción, le pedí chance de pasarme a su área. La única opción era que hiciera dos tareas: que en la mañana repor­teara en fuen­tes no muy impor­tan­tes para el perió­dico (edu­ca­ción, por ejem­plo) y que luego de eso lle­gara a la redac­ción para tomar por telé­fono los ade­lan­tos y las notas de los repor­te­ros. Más tarde, tenía que escri­bir mis notas y en muchas oca­sio­nes que­darme a la guar­dia de noche. Estuve cerca de un año, que fue cuando me qui­ta­ron la guar­dia y pude dedi­carme a reportear.
Igna­cio Rodrí­guez Reyna fue corres­pon­sal del perió­dico El Finan­ciero cuando era diri­gido por don Roge­lio Cár­de­nas. En Los Ánge­les, Cali­for­nia estu­dió una maes­tría en perio­dismo inves­ti­ga­tivo en la Uni­ver­sity of Sout­hern Cali­for­nia, donde apren­dió a inves­ti­gar un dato y seguirle la pista. Era lo que bas­taba –una pista– y des­pués de sema­nas de tra­bajo ya se con­taba con un per­fil com­pleto sobre un per­so­naje. Al ter­mi­nar su maes­tría regresó a México y de inme­diato formó un equipo de inves­ti­ga­cio­nes espe­cia­les en El Financiero:
―¿Qué hace a su regreso de Los Ángeles?
―A mi regreso a El Finan­ciero, pre­senté un pro­yecto para crear una uni­dad de repor­ta­jes espe­cia­les a par­tir de la expe­rien­cia y el cono­ci­miento que adquirí allá. Me dije­ron que sí, pero como no había dinero para con­tra­tar a gente, los com­pa­ñe­ros que no eran que­ri­dos en alguna sec­ción u otros que anda­ban medio suel­tos, se incor­po­ra­ron al equipo. Dis­fruté mucho esa expe­rien­cia. Demos­tra­mos que se podían hacer repor­ta­jes increí­bles, hici­mos muchos y eso dio soli­dez a un perió­dico que, ade­más, pasaba por uno de sus mejo­res momen­tos. Real­mente dis­fruté mucho, aun­que no dejaba de haber resis­ten­cias de perio­dis­tas que cuando yo iba en pri­ma­ria ya eran repor­te­ros y no veían con agrado que alguien mucho más joven fuera su jefe. Fue una etapa increí­ble, muy enri­que­ce­dora pro­fe­sio­nal­mente. Duré un par de años al frente de la uni­dad hasta que me fui a Reforma.
―¿Cómo llega al dia­rio Reforma?
―Luego de coor­di­nar la Uni­dad de Repor­ta­jes Espe­cia­les de El Finan­ciero, Ray­mundo Riva Pala­cio me invitó a que me inte­grara a una uni­dad simi­lar en Reforma. Fue muy atrac­tivo por­que en esa área esta­ban Ciro Gómez Leyva, Ros­sana Fuen­tes Beráin, César Romero, Fran­cisco Vidal y Amparo Trejo.
El tra­bajo de perio­dismo de inves­ti­ga­ción que venían haciendo esos repor­te­ros no fue bien visto. A la pos­tre, el direc­tor edi­to­rial del dia­rio, Ramón Alberto Garza, des­pi­dió al edi­tor prin­ci­pal –Ray­mundo Riva Pala­cio–, pues los tra­ba­jos de ese equipo afec­ta­ban los intere­ses del dueño del dia­rio, Ale­jan­dro Junco de la Vega y del pro­pio Garza. Así lo narra John Vir­tue, en un texto publi­cado por Pulso del perio­dismo, lla­mado “Una riña fami­liar”, y en donde des­cribe el desen­lace de ese grupo de repor­te­ros que le dio tanto impulso a ese impreso:
Cinco tra­ba­jos de inves­ti­ga­ción, con­clui­dos en los últi­mos meses por el equipo de Reforma no habían sido uti­li­za­dos. Cua­tro de éstos se refe­rían a per­so­nas cer­ca­nas a Garza, tales como Ricardo Sali­nas Pliego […]. Garza afirma que sólo se deja­ron de publi­car tres inves­ti­ga­cio­nes, pues las fuen­tes uti­li­za­das en ellas eran pobres. Agregó que en uno de los casos, se pro­fun­dizó más en la inves­ti­ga­ción y final­mente salió publi­cada. Sin embargo, Riva Pala­cio ase­gura que la his­to­ria sobre los ami­gos empre­sa­rios del expre­si­dente Car­los Sali­nas de Gor­tari se retuvo durante dos meses y se publicó luego, aun­que eli­mi­nando el nom­bre de un ban­quero de Mon­te­rrey, amigo de Garza […]. Pero lo que agravó el asunto y final­mente con­dujo a la par­tida de Riva Pala­cio, fue una inves­ti­ga­ción sobre lavado de dinero de nar­co­tra­fi­can­tes, publi­cada el 19 de febrero. En el artículo se repro­dujo una entre­vista con Stan­ley Morris, del Depar­ta­mento del Tesoro de Esta­dos Uni­dos, en Washing­ton, rea­li­zada seis meses antes por Igna­cio Rodrí­guez Reyna […] Cuando a tra­vés de la emba­jada de Esta­dos Uni­dos en México, Morris tuvo noti­cias de lo publi­cado, montó en cólera. En el artículo de Reyna se cita­ban pala­bras del fun­cio­na­rio esta­du­ni­dense en las que éste ase­gu­raba que México se había con­ver­tido en uno de los cen­tros de “blan­queo” de dinero, y que México estaba muy cerca de con­ver­tirse en la nueva Panamá, o de con­ver­tirse en un país que se pre­senta a sí mismo como un lugar para hacer nego­cios de una manera secreta para camu­fla­jar la fuente de los fon­dos […] Morris no tardó en enviar sus que­jas a Garza y a Ale­jan­dro Junco, pre­si­dente. Reforma publicó una dis­culpa en pri­mera página y Rodrí­guez Reyna fue sus­pen­dido de sus fun­cio­nes durante cinco días.
El área de inves­ti­ga­cio­nes espe­cia­les en Reforma se rompió.

Mile­nio y LaRevista

―¿Cómo se inte­gra a Milenio?
―A la salida de Ray­mundo Riva Pala­cio y Ciro Gómez Leyva, yo me quedé varios meses, hasta que Ciro Gómez Leyva me invitó a inte­grarme como coor­di­na­dor edi­to­rial de la revista Mile­nio, que toda­vía no exis­tía. La expe­rien­cia de crear una publi­ca­ción desde cero era muy atrac­tiva y acepté la oferta.
―¿Por qué sale del proyecto?
―Mi salida de Mile­nio tuvo que ver con una apuesta per­so­nal. Estaba como direc­tor en jefe de la revista y, para mí, era impor­tante con­so­li­darla, había sido tan impor­tante que sir­vió para el naci­miento del dia­rio. En la empresa no se con­si­deró así y se puso toda la ener­gía en el dia­rio y se des­cuidó la revista. Pasó a un segundo, ter­cer, cuarto plano en recur­sos y gente; se le restó aten­ción e impor­tan­cia y la ver­dad no me impor­taba estar en una publi­ca­ción en la que nadie le echaba ganas y que estaba des­ti­nada a la muerte. Decidí ya no for­mar parte de ese grupo.
De Mile­nio llega a El Uni­ver­sal, donde haría lo mismo que en El Finan­ciero, Reforma y Mile­nio: Perio­dismo de inves­ti­ga­ción. El dueño del dia­rio, Juan Fran­cisco Ealy Ortiz, le pro­pone hacer una revista que se inser­ta­ría en el dia­rio cada semana. El pro­yecto lle­va­ría por nom­bre Lare­vista, la cual duró poco más de dos años bajo la direc­ción de Igna­cio Rodrí­guez Reyna. En la edi­ción número 81 (de 129 que se publi­ca­ron), Rodrí­guez Reyna dejó la batuta. ¿La razón?: Nue­va­mente por dife­ren­cias de cri­te­rios perio­dís­ti­cos entre el direc­tor del sema­na­rio y el dueño del diario.
En el libro Los Water­ga­tes lati­noa­me­ri­ca­nos, los perio­dis­tas Fer­nando Cár­de­nas y Jorge Gon­zá­lez narran que Juan Fran­cisco Ealy Ortiz, uno de los repre­sen­tan­tes de más alto cali­bre den­tro del comité de lide­razgo de la Socie­dad Inter­ame­ri­cana de Prensa (SIP) y dueño de El Uni­ver­sal, no estaba del todo de acuerdo con los tra­ba­jos que venía rea­li­zando y publi­cando Igna­cio y su equipo. Así lo escriben:
El equipo de Rodrí­guez Reyna –en con­creto Rodolfo Mon­tes y Daniel Lizá­rraga– tenían lis­tos dos infor­mes que sal­pi­ca­ban el aspecto bona­chón del pre­si­dente Vicente Fox, pero que no pudie­ron ser publi­ca­dos por órde­nes supe­rio­res […] El pri­mero de los repor­ta­jes, reve­laba los per­mi­sos de apues­tas y salas de sor­teo entre­ga­dos a dedo por el ex secre­ta­rio de Gober­na­ción, San­tiago Creel, que pri­vi­le­gia­ban al empre­sa­rio Ole­ga­rio Váz­quez Raña, hom­bre de la cuerda de la esposa del pre­si­dente, Martha Saha­gún. El segundo, pro­me­tía una revi­sión exhaus­tiva de los “expe­dien­tes ofi­cia­les muer­tos”, que inves­ti­ga­ban unos nego­cios para­le­los y pri­va­dos del man­da­ta­rio durante su periodo presidencial.
Al venir la orden supe­rior de no publi­car los tex­tos, Igna­cio Rodrí­guez Reyna renun­cia al dia­rio y con él cerca de 30 cola­bo­ra­do­res entre repor­te­ros, dise­ña­do­res y colaboradores.
―¿Por qué sale de Larevista?
―Mi salida de Lare­vista fue algo con­gruente, con­se­cuente. Pocas veces uno tiene en la vida la toma de deci­sio­nes que lo com­pro­me­tan más con uno mismo. Fue eso. Todos los días toma­mos deci­sio­nes en lo per­so­nal y en lo pro­fe­sio­nal, pero uno debe ser fiel a uno mismo. Pocas veces lo tene­mos a nivel pro­fe­sio­nal. En mi caso estaba encar­gado de la direc­ción de Lare­vista y, como pocas veces, me pare­ció que ya no podía ejer­cer el perio­dismo como lo había hecho o tra­tado de hacerlo y sería una trai­ción a mí y una trai­ción a los lec­to­res. Esto puede sonar des­me­su­rado, pero tam­bién sería una trai­ción a este país y nues­tro país ya cambió.
A veces los altos direc­ti­vos de los medios –más que sus pro­pie­ta­rios– no entien­den que México ya cam­bió, que ya no se valen las mis­mas reglas de antes con el poder. Ya no se vale hacer nego­cios al amparo del poder o bus­car canon­jías con el poder. Los due­ños y altos direc­ti­vos de los medios de comu­ni­ca­ción no han enten­dido que somos parte, ahora sí, de un pro­yecto de Nación. Para lograr eso se nece­si­tan medios que estén com­pro­me­ti­dos con los ciu­da­da­nos y con los lec­to­res, no con el poder.

Emee­quis

La trein­tena de tra­ba­ja­do­res que se soli­da­ri­za­ron con Igna­cio Rodrí­guez se aven­tu­ra­ron a for­mar una publi­ca­ción inde­pen­diente y entre todos bus­ca­ron accio­nis­tas para sol­ven­tar al nuevo sema­na­rio que lle­va­ría el nom­bre de Emee­quis. Así, el pri­mer número de esa nueva empresa vio la luz el 6 de febrero de 2006 y bajo el cabe­zal una leyenda que decía: “Perio­dismo inde­le­ble”. Durante los años que lleva de vida este sema­na­rio ha acu­mu­lado nume­ro­sos pre­mios: ha reci­bido cua­tro veces el Pre­mio Nacio­nal de Perio­dismo en Cró­nica; Pre­mio Nacio­nal de repor­taje sobre bio­di­ver­si­dad 2007; Pre­mio Lati­noa­me­ri­cano de perio­dismo 2007; Pre­mio Lati­noa­me­ri­cano de perio­dismo Bio­di­ver­si­dad 2007; Pre­mio nacio­nal de perio­dismo cul­tu­ral Fer­nando Bení­tez 2007; en tres oca­sio­nes el Pre­mio nacio­nal de perio­dismo Ros­tros de la Dis­cri­mi­na­ción; Pri­mer pre­mio Ibe­roa­me­ri­cano de perio­dismo joven 2008, Pre­mio Every Human Has Rights 2008, Pre­mio nacio­nal de perio­dismo y Lite­ra­tura 2011, Pre­mio de perio­dismo Rey de España 2011, Pre­mio Ortega y Gas­set de perio­dismo 2012, entre otros.
Hay un obse­sivo afán de Igna­cio y de Emee­quis por con­tar his­to­rias de ciu­da­da­nos, por mos­trar ros­tros y no sólo nom­bres, por com­par­tir cró­ni­cas y no sólo números.
―¿Su revista qué le ofrece al lector?
―El reto es que la gente recu­pere el gusto por leer y se interese por su país. Que los estu­dian­tes de medi­cina, his­to­ria, socio­lo­gía, las amas de casa, los comer­cian­tes, obre­ros, se intere­sen por su reali­dad. Ese es nues­tro desa­fío. Si logra­mos hacerlo, aun­que sea un poco, esta­re­mos satis­fe­chos. Hacer que la gente vuelva a sen­tirse como un ciu­da­dano: hacerle ver que los ciu­da­da­nos somos los jefes de los polí­ti­cos. Que las per­so­nas reto­men la con­cien­cia de que son ciu­da­da­nos y que, como tales, nece­si­tan estar intere­sa­dos en los asun­tos públi­cos. Tene­mos que empe­zar a arti­cu­lar nues­tra ciu­da­da­nía, tene­mos que refor­mar­nos o reivin­di­car­nos como ciu­da­da­nos, y enton­ces sí exi­gir ren­di­ción de cuen­tas. Para que, quie­nes están en el poder, entien­dan que no somos un voto más. Somos una socie­dad que poco a poco se puede ir orga­ni­zando para empe­zar a cons­truir cambios.
Otro reto de Emee­quis, y que debiera asu­mir la mayor parte de los medios de comu­ni­ca­ción impresa, es tras­cen­der la visión cen­trista en su cober­tura. Nues­tro reto es no ser así: cam­biar. Me interesa lo que pasa en los esta­dos. Tene­mos otro vicio en el perio­dismo y es que cree­mos que en el Dis­trito Fede­ral sale todo, se genera todo. Cuando estuve en Mile­nio y en Lare­vista bus­qué mucho el regis­tro de fenó­me­nos socia­les. Casi nin­gún sema­na­rio pone casos socia­les en la por­tada. Noso­tros sí. Esta­mos asu­miendo temas nacio­na­les que no son muy fre­cuen­tes. Emee­quis trata de ser fiel a su idea, a su iden­ti­dad. Pue­des veri­fi­car la revista: no hay per­so­na­jes –casi no– en nues­tras portadas.
Las por­ta­das de Emee­quis son temas que cru­zan el país y tie­nen un carác­ter social: dis­cri­mi­na­ción, nues­tros muer­tos, el campo, las pro­ble­má­ti­cas de los jóve­nes, etcétera.
Cada sema­na­rio tiene una visión, un enfo­que, y en ello no se vale ser mez­qui­nos. Cada uno tiene una apuesta, cada uno tiene su papel y hay espa­cio para todos. Hay millo­nes de per­so­nas que no leen, enton­ces yo no voy a ir a mon­tarme sobre tal o cual sema­na­rio y des­ca­li­fi­car­los. Tengo dife­ren­cias pro­fe­sio­na­les en torno a cómo otros hacen su tra­bajo, pero son dis­cre­pan­cias pro­fe­sio­na­les. Emee­quis es fiel a lo que ha bus­cado: darle un giro dis­tinto y una iden­ti­dad muy pro­pia a lo que hace­mos. Hacer perio­dismo de inves­ti­ga­ción, no super­fi­cial, es nues­tra voca­ción. Bus­car las his­to­rias que hay detrás de cier­tas noti­cias. No hacer perio­dismo epidérmico.
―¿Cómo direc­tor y edi­tor, ¿qué pide a sus reporteros?
―Varias cosas. Exce­len­cia. Que siem­pre ima­gi­nen cómo lo vamos a hacer dis­tinto, atrac­tivo, cómo vamos a enri­que­cer un tema con nues­tros recur­sos perio­dís­ti­cos. Cali­dad en el len­guaje, en la estruc­tura, en la forma de ver las cosas, en los ángulos…
―¿Qué es lo que nunca vamos a ver en Emeequis?
―Por­ta­das paga­das nunca las vas a ver. Tam­poco mate­ria­les dis­fra­za­dos ni tex­tos que ten­gan como pro­pó­sito favo­re­cer o gol­pear a alguien. No vas a ver que deje de ser un pro­yecto plu­ral, crí­tico. Y, espero, que no vean tex­tos de mala calidad.
―¿Qué viene en la segunda etapa de Emeequis?
―Bueno, espe­ra­mos la con­so­li­da­ción de una manera de hacer perio­dismo de alta cali­dad, fresco, que aborda temas que otros medios des­de­ñan, y que se apoya fun­da­men­tal­mente en el perio­dismo narra­tivo y en el perio­dismo de investigación.
Espe­ra­mos tener más impacto, más influen­cia, una mayor for­ta­leza como empresa, que nos per­mita hacer un perio­dismo fresco, ele­gante, dis­tinto, con rigor y profesionalismo.
Justo en eso es que ahora esta­mos empeñados.


His­to­ria­dor y repor­tero. Cola­bo­ra­dor de RMC y de la revista El Búho.

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