lunes, 18 de febrero de 2013

San Zeta

 


Hermann Bellinghausen

Demasiado salvaje para ser recordado en su justa dimensión, el escritor Óscar Zeta Acosta representó en vida la principal amenaza pública para la policía de Los Ángeles (LAPD) en una época muy caliente: finales de los años 60, principios de los 70. Considerado más peligroso que los Panteras Negras, como abogado y líder del Brown Power y de los Boinas Café azuzó, representó legalmente y luego narró las revueltas más radicales y osadas de los chicanos y los mexicano-estadunidenses en toda su historia. Su escasa obra lo hace, en opinión del historiador literario Lionel Rolfe, el primer gran escritor de la literatura chicana. Sin embargo, la gente conoce más una versión literaria suya, que ha llegado dos veces a la pantalla grande y protagoniza un libro canónico de la contracultura y el alguna vez llamado nuevo periodismo. Es el Doctor Gonzo de Hunter S. Thompson. Usted lo vio como Benicio del Toro en la versión cinematográfica de Miedo y asco en Las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas), de Terry Gillian (1998).
Thompson, hoy rencarnado oficialmente en Johnny Depp, presenta a ese hedonista ingobernable en su relato de 1971 como abogado samoano casi mafioso, sin ningún contexto de quién era realmente, qué papel representaba para el despertar chicano ese loco ejemplar que se fue de reventón a Las Vegas con su amigote Thompson en memorable ocasión. Acosta era un tipo perseguido, vigilado, potencial carne de presidio o candidato a un buen balazo. Su sola compañía ponía en peligro al audaz periodista gringo. En su magistral La revuelta de los cucaracha (The Revolt of the Cockroach People, 1973), Acosta relata en la primerísima persona de un ego tan voluminoso como su dueño las batallas urbanas del despertar chicano en las calles, las plazas y hasta los templos de Los Ángeles.
Era partidario de la violencia revolucionaria. Iba armado. En un legendario encuentro con el líder histórico chicano y pacifista César Chávez, Acosta reivindicó la acción directa, Chávez le concedió que en ocasiones no había de otra y le pidió que siguiera adelante. Hasta le ofreció trabajo de abogado con el movimiento. Óscar Zeta (tomó de Zapata el sobrenombre) Acosta, nacido en El Paso, Texas, en 1935, unió su historia a los de abajo, por lo cual ha sido opacado por los medios y la cultura dominantes. En sus años lo llamaron el Malcolm X chicano, y él se identificó con el búfalo (el primero de sus dos únicos libros se llama Búfalo café, Brown Bufalo, 1972) y también con los ancestros aztecas que dieron a la raza su media filiación, Huitzilopochtli mediante.
Quién sabe qué clase de alma era la suya, pero la tenía enorme. La novela de Thompson hace de Gonzo un equivalente del Katsimbalis de Henry Miller en El coloso de Marusi (1941), versión sixties, un exorbitante alter ego que, como el narrador, no tiene más límites que la vida misma. Con disimulado sentimiento de culpa (su novela sería un éxito editorial, y un abuso sobre su amigo), en el obituario publicado por la revista Rolling Stone, y luego prólogo para la edición definitiva de La revuelta de los cucaracha (Vintage Books, 1985), Thompson sostiene: A pesar de tantas versiones en contrario, la verdad es que era un peligroso rufián que vivió cada día de su vida como una proclamación de que un hombre con sed de verdad no puede esperar piedad alguna, ni concederla.
Óscar Zeta Acosta debe haber muerto en 1974, a los 39 años, pero a nadie le consta. Nunca hubo cadáver. Salió un día de Mazatlán en barco con destino a California, en no muy recomendables compañías, y nunca llegó a ninguna parte. En 1977, Rolling Stone recibió una cuenta de hospital a su nombre por un brazo roto en Miami, pero la pista terminaba en el registro del propio hospital. Su hijo Marco Federico Manuel Acosta, un muchachillo en junio de 1974, fue su último conocido que habló con él antes de embarcar. Con los años, Marco sería el responsable de la difusión de su obra.
Búfalo no supo qué es el miedo. Adrenalina, mujeres, trago, drogas potentes, mal comportamiento, a todo le entraba, pero nunca dejó de luchar al lado de su pueblo, desafiando al poder, como dijera el acapulqueño Rey Lopitos en 1960: La vida no es la que vivimos./ La vida es el honor y el recuerdo./ Por eso más vale morir/ con el pueblo vivo,/ y no vivir/ con el pueblo muerto.
La policía no sabía qué hacer con él, tenía órdenes de no tocar al abogado aun en medio de las refriegas que protagonizaba y se ponía para que lo arrestaran o algo peor. Un pecador y de los peores, aunque de adolescente se fue a Panamá a salvar las almas de los leprosos, en un periodo presbiteriano que tuvo antes de aterrizar en Oakland, estudiar derecho, detestar leyes, jueces y juzgados, y pegárseles a los Black Panthers antes de 1968.
Asignatura pendiente de la izquierda estadunidense, santo de los pobres y los pandilleros, uno de los padres del orgullo chicano y de su literatura. Too weird to live and too rare to die, según su contlapache Thompson.

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