sábado, 4 de diciembre de 2010

Kim Jong Il juega a la guerra

Farid Kahhat

De un tiempo a esta parte los Estados Unidos despliegan un diligente cortejo alrededor de varios Estados con territorio en Asia. Primero suscribió bajo el Gobierno de Bush un convenio de cooperación nuclear con India, y Obama acaba de suscribir otro que implica la transferencia de tecnología susceptible de uso militar (amén de respaldar su postulación a un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, y hacerle una oferta por 126 aviones de combate). Luego vino el denodado esmero por recomponer la relación bilateral con Rusia (o "resetearla", en palabras de Hilary Clinton), al punto que la OTAN acaba de invitarla a sumarse al proyecto de escudo anti-misiles como gesto de buena voluntad. En junio pasado firmó con Vietnam un acuerdo de cooperación nuclear, y un par de meses después el portaaviones a propulsión nuclear George Washington surcaba las aguas de ese país en conmemoración del quinceavo aniversario de la normalización de las relaciones bilaterales. Por último, ese mismo portaaviones participó en días recientes en maniobras militares conjuntas entre los Estados Unidos y Corea del Sur.

¿Qué tienen en común esos Estados? Que, salvo por Corea del Sur, todos poseen una frontera terrestre con China. Y Corea del Sur también tendría una frontera terrestre con China, de no mediar la división de la península coreana en dos Estados. No en vano las autoridades chinas creen que los Estados Unidos pretenden tender un cerco de seguridad alrededor de sus fronteras. Por ello, Corea del Norte solía representar para China el proverbial "Estado Tapón", cuya existencia era vital para establecer una distancia prudencial entre su territorio y una Corea del Sur que alberga bases militares de los Estados Unidos.

Bajo esa lógica, una eventual reunificación de la península bajo la égida de una Corea del Sur aliada de los Estados Unidos debería ser una pesadilla geopolítica para China. O tal vez no, según los cables filtrados por WikiLeaks. Al parecer el régimen chino confía en el poder gravitacional de su economía para atraer a una Corea unificada hacia su órbita de influencia. Después de todo ya en 2004 había desplazado a los Estados Unidos como principal socio comercial de Corea de Sur, y el comercio bilateral se duplicó en el siguiente lustro. Y mientras un acuerdo de libre comercio entre Corea del Sur y China parece inminente, las negociaciones para suscribir un acuerdo similar entre Corea del Sur y los Estados Unidos siguen estancadas. El cálculo parece ser que, en una península libre de las actuales hipotecas geopolíticas, una Corea unificada priorizaría sus relaciones económicas con China por sobre sus relaciones de seguridad con los Estados Unidos (asumiendo, claro está, que ese nuevo Estado no comparta los temores que la influencia creciente de China suscita entre sus vecinos).

En materia económica, en cambio, Corea del Norte no sólo no es un socio de interés para China, sino que es además una rémora a la que subsidia (por ejemplo, entregándole petróleo a precios por debajo de su cotización en los mercados internacionales, que son los precios que la propia China tiene que pagar dado que importa la mayor parte del petróleo que necesita su economía). Podría alegarse que China tolera a Corea del Norte como rémora económica precisamente porque es un activo estratégico, pero eso es francamente discutible.

La razón fundamental por la que a China le interesa mantener cierta influencia sobre el curso de los acontecimientos en Corea del Norte sería el potencial disruptivo que anida en ese país: de un lado se trata de una economía sumida en la más absoluta miseria, de otro, se trata de una potencia nuclear. Lo cual hace que pueda ser una fuente de inestabilidad regional por dos razones: en primer lugar, por las consecuencias que podría tener un eventual colapso político (Vg., una invasión de refugiados, tecnología nuclear cayendo en manos de grupos como los separatistas uigures en China, etc.). En segundo lugar, dado que carece de cualquier otro medio para obtener sus fines tanto en materia económica como de seguridad, el régimen norcoreano apela con singular desenfado a su poderío militar como instrumento de negociación (por ejemplo, a través de acciones como el reciente ataque contra la isla Yeonpyeong, entre otras cosas, como medio para forzar el reinicio de las negociaciones sobre su programa nuclear). Todo lo cual explica la opinión sobre Kim Jong Il que, según un cable de la diplomacia estadounidense, expresara un alto funcionario chino: es como un "niño malcriado", siempre presto a perpetrar alguna travesura para atraer la atención de sus interlocutores. El único inconveniente con esa metáfora es que ningún "enfant terrible" había contado jamás con medios tan expeditivos para llamar la atención.

Reforma
04/12/2010

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