sábado, 28 de noviembre de 2009

Desfiladero

Tictac-tictac: el IMSS y la bomba que viene

Jaime Avilés

El viernes 10 de julio de este ya decrépito 2009, la señora Luz María García Torres, de 76 años (número de Seguro Social 0553380010), empezó a tener dificultades para respirar, que se le acentuaron el sábado 11 y el domingo 12, por lo que el lunes 13 acudió a su unidad médico familiar, donde le hicieron un electrocardiograma. Al verlo, su doctor le aconsejó que fuera al hospital privado Médica Sur, donde otros análisis revelaron que le había dado un leve infarto: en el septum, la delgada pared que divide las dos mitades del corazón, se le había abierto un agujerito de un milímetro y medio de extensión, a través del cual la sangre se le estaba pasando de un ventrículo a otro sin ser bombeada adecuadamente al resto del cuerpo.

Ante esto, fue enviada a la unidad de Cardiología del Centro Médico Siglo XXI, donde la internaron en cuidados intensivos y quedó en espera de que la llevaran a una sala de hemodinamia para que le practicaran un cateterismo. ¿Qué es un cateterismo? Es un procedimiento por el cual a los pacientes les meten por la ingle una manguerita con cámara de televisión que recorre todas las arterias en busca de tapones de colesterol, y llega hasta el corazón para determinar en qué estado se encuentra.

Las imágenes que el catéter recoge a su paso por el sistema circulatorio son filmadas y examinadas por los médicos, para entender el problema y trazar una estrategia quirúrgica para resolverlo. Aquella noche del lunes 13 de julio, para desgracia de doña Luz María, las tres salas de hemodinamia del hospital público supuestamente más avanzado de México, estaban cerradas por fallas técnicas. Ninguna de las tres servía. La 1 y la 2 porque sus equipos, de la marca General Electric, son muy viejos. La 3, porque sus aparatos, de la marca Shimadzu, no habían recibido mantenimiento.

Como todas y todos sabemos, una sala de hemodinamia consta de lo necesario para efectuar cateterismos, a partir de una compleja y asombrosa máquina que en la jerga médica se llama “tubo”. A precios de hoy, un tubo cuesta unos 250 mil dólares y dura en servicio unos cuatro años.
Hace tres semanas, Desfiladero denunció que el director de la unidad de Cardiología del Centro Médico Siglo XXI, Ricardo Jáuregui Aguilar, mandó destruir y volver a construir una sala para pacientes trasplantados, que el gobierno de Vicente Fox terminó en 2002 y nunca fue estrenada, dizque por falta de fondos. Por tanto, permaneció intacta, flamante y virgen, digamos, hasta febrero de este año, cuando Jáuregui ordenó que la destrozaran para remodelarla, con el único objetivo de llevarse una tajada grande mediante un negocio turbio y con la complicidad de su superior, el doctor Alfonso Cerón Hernández, coordinador de las Unidades Médicas de Altas Especialidades de ese nosocomio.

Por andar en la parranda de la corrupción –gastando en obras innecesarias, o falsificando contratos de servicios para desviar dinero público a bolsillos privados (véase el Desfiladero de hace dos semanas)–, Jáuregui olvidó, o no pudo, pagar el mantenimiento de los tres tubos de hemodinamia, apostando a que éstos nunca se echarían a perder a la vez. Cuando doña Luz María cayó en sus garras, las tres salas estaban descompuestas desde el 8 de julio, y así permanecieron hasta el día 20.

La señora, en consecuencia, no pudo ser sometida al cateterismo de inmediato, ni operada a continuación. Este reportero obtuvo copias fotostáticas del expediente que registra su caso día a día, y puede demostrar que los médicos tratantes de esa desdichada enferma recomendaron insistentemente que le hicieran el cateterismo, porque su estado de salud empeoraba a gran velocidad.

El miércoles 15, finalmente, doña Luz fue llevada a una de las salas de hemodinamia, donde los plomeros del hospital habían echado a andar el tubo, pero no el sistema de filmación, de modo que los médicos le hicieron el cateterismo a ciegas y confirmaron la existencia del infarto. En seguida, al operarla, descubrieron que la herida entre los dos ventrículos había aumentado a 15 milímetros de diámetro, por lo que la cerraron con un “doble parche de bovino”, pero poco pudieron hacer por la arteria coronaria derecha, que presentaba “múltiples lesiones no significativas”, y cuya consistencia era la de un fideo cocido que ya no se podía remendar.

A pesar de su gravedad, la señora sobrevivió por lo menos hasta el 5 de agosto, fecha de la última “nota de evolución” que figura en la copia de su expediente. Como director de la unidad de Cardiología, el doctor Jáuregui habría cometido negligencia criminal contra ella porque al recibir las insistentes peticiones de los médicos que solicitaban el examen de cateterismo, no ejerció uno de los privilegios asociados a su autoridad: pudo haberla subrogado –es decir, mandado– a un hospital particular para que le practicaran ese estudio, pero no lo hizo. Moraleja: en el IMSS se subrogan los negocios, no los enfermos.

Cuando Desfiladero comenzó a publicar las bien documentadas y nunca desmentidas denuncias sobre las corruptelas de los doctores Jáuregui, Cerón y asociados, el director general del IMSS, Daniel Karam, deslizó entre los trabajadores del Centro Médico Siglo XXI que auditaría a ambos funcionarios. Han pasado tres semanas y Karam ha perdido una valiosa oportunidad para demostrar que no es un demagogo. Como en el caso de la guardería ABC de Hermosillo, donde 49 niños murieron quemados por negligencia criminal, Karam vuelve a encubrir a una pandilla de servidores públicos inmorales, que privilegian sus intereses personales a costa de la vida de los usuarios del instituto.

Pero el cuento no termina aquí. A lo largo de esta semana, las salas de hemodinamia de Cardiología volvieron a permanecer cerradas por fallas técnicas. Y ayer, para colmo, el doctor Jáuregui ordenó la demolición de la número uno, la más antigua, provocando de inmediato una alerta sanitaria dentro del hospital debido a la polvareda que ocasionaron los zapapicos y los mazos de los albañiles. Al volar por los pasillos del edificio, las partículas de yeso, ladrillo y cemento de las paredes derrumbadas se convirtieron en una fuente de contaminación para todos los enfermos. ¿Hasta cuándo prevalecerán ahí la incompetencia, la corrupción y la irresponsabilidad?

Quién sabe porque ayer, mediante otra denuncia, los trabajadores de ese centro hospitalario informaron que la doctora Gabriela Sánchez Borrayo, jefa de la división de Cardiología, entregó a la poderosa firma farmacéutica Sanofi Aventis los datos del Registro Nacional de Síndromes Coronarios –una enorme lista de enfermos cardiacos, como quien dice un padrón de clientes a los cuales la trasnacional puede bombardear con toda clase de ofertas publicitarias–, y en recompensa la señora ha recibido pagos en especie, consistentes en viajes con todos los gastos cubiertos por la empresa. Al aceptar esos “regalos”, la cardióloga ha cometido faltas que prohíbe expresamente la ley de servidores públicos.

Las causas de la muerte de doña Luz María; el negocio de mil millones de pesos que Fernando Gómez-Mont planea con el apoyo de una empresa fantasmagórica para ficharnos a todos los mexicanos como delincuentes; la santa unión de panistas y priístas contra las mujeres para quemarlas en leña verde cuando aborten; el descarado robo de la fibra óptica de Luz y Fuerza del Centro; el secuestro de más de 200 mineros dentro de autobuses que circulaban por Zacatecas, ordenado por Amalia García en complicidad con la Policía Federal, y desde luego el congreso “refundicional” del PRD, en que los chuchos se quedarán con los restos de ese putrefacto partido para hacer suya la candidatura de Peña, son ecos del tictac de la bomba de relojería que el paquete fiscal de Carstens programó para que estalle a partir de enero...

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