lunes, 7 de septiembre de 2009

Alfonsina: me encuero en la ciudad porque el gobierno nos niega la ropa de la tierra

Integrante del movimiento campesino veracruzano de los 400 Pueblos

*Estamos como en el porfiriato: unos cuantos disfrutan, pasean y la mayoría sin nada, señala

Matilde Pérez U.

En la explanada del Palacio de Bellas Artes extiende un viejo sombrero de palma y con voz suave y firme pide una monedita para la comida de hoy. Es Alfonsina Sandoval Urbina: “no me avergüenzo. Lo que siento es coraje e impotencia. Me encuero en las calles de la ciudad porque el gobierno nos niega la ropa de la tierra y la posibilidad de dar a nuestros hijos buena alimentación, educación y trabajo”.
Vestida de mezclilla y con un sombrero redondo de palma, ella es parte del grupo de campesinos del Movimiento de los 400 Pueblos que desde hace 20 días se manifiesta en las calles del corazón de la ciudad de México reclamando a la Secretaría de Gobernación quecumpla con el acuerdo que firmó el año pasado.
Alfonsina pide permiso a su “jefe” César del Ángel –fundador de la organización– para hablar. Lo hace en plural porque “aquí es un mundo de varones y son muy celosos.
“Antes de estar en esta libertad, en esta lucha por tener un pedazo de tierra, era una mujer pasiva, una madre de familia viviendo en la apatía, pero cuando tuve a mi sexto hijo y empecé a ver que los 100 pesos que tenía cada día por trabajar en la cosecha de maíz, calabaza, limón o de cualquier otro cultivo ya no me alcanzaban, y que el pueblo había ganado una primera ampliación del ejido, me dije: ‘¿qué hago?’
“Nos juntamos varias mujeres y nos metimos a la lucha por una segunda ampliación en la CNC y en la UGOCM, pero nos dejaron tiradas y nos dijeron que sólo con los 400 Pueblos, con César del Ángel, podíamos ganar un pedazo de tierra.”
Originaria del municipio Martínez de la Torre, Veracruz, e hija de jornaleros, recuerda que su madre la llevaba a las parcelas y la sentaba bajo en las milpas. “Quizá por eso me embeleso sembrando plantas; mi sueño es tener cinco o seis hectáreas para trabajarlas, tengo la fuerza y a mis siete hijos para que me ayuden”, pero aclara que no los quiere como mano de obra, sino como profesionales, porque los jornaleros sólo dependen de sus pulmones y de sus brazos.
“El mayor de mis hijos –menciona– llegó hasta el quinto semestre de arquitectura, pero tuvo que dejar la escuela porque ya no me alcanzaba para alimentarlos a todos ni para que continuara estudiando; ahora mi hija de 18 años está en la universidad, en Veracruz, y es la que me anima para continuar en esta lucha; me ha acompañado a la ciudad de México y también ha estado dispuesta a desnudarse, pero nosotras –las mujeres que estamos en el movimiento– decidimos que no se encueraran las jovencitas, las vírgenes.
“La primera vez que me encueré, en el 2002 en (la Secretaría de) Gobernación, me dieron ganas de llorar, pero de coraje porque los hombres estaban en huelga de hambre en (el acceso principal de) la Cámara de Diputados. Se habían desnudado, pero las autoridades seguían sin reconocer los acuerdos que firmó (el ex presidente Carlos) Salinas de Gortari. Ahora, cada vez que lo hago me blindo mentalmente, cierro los oídos a las palabras soeces, a las majaderías de los hombres, y veo y pienso en la cerrazón de Gobernación. No es común que nos encueremos las mujeres, y las del movimiento cada vez estamos más viejas.
“Hoy que las autoridades del gobierno capitalino amenazan con reprimirnos si nos encueramos, me siento más desnuda porque, además de negarnos el derecho a la tierra, no nos aceptan como ciudadanos”, señala enfática, y dice sentirse como en la época del porfiriato: unos cuantos disfrutando, paseando, y la mayoría sin nada”.
Alfonsina habla y mira cómo sus frases se plasman en la libreta; entonces comenta que aprendió a escribir con el silabario y cursó hasta el tercer año de primaria. “Sé leer pero me avergüenza escribir porque hago letras de molde y manuscritas; no serví nunca para la escuela más que para parir hijos y ahora en la lucha me siento libre, pero tengo una deuda con mis hijos porque los he dejado solos durante muchos años”.
Para esta mujer de 55 años, que salió por primera vez de su municipio natal a los 38 y reivindica la desnudez para distinguir al Movimiento de los 400 Pueblos, el país se “está quebrando en las manos de los gobernantes”.

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